Mis historias

Estamos heridos, pero de pie

No he podido dormir. Desde el pasado 19 de septiembre el miedo me ha embargado y no he podido conciliar el sueño. Para mí, el terremoto que aconteció en el centro de México, ha sido uno de los eventos más espantosos que me ha tocado vivir. Eso se los puedo decir yo que me ha tocado estar en zonas de conflicto en Sinaloa.

Yo laboro en la Torre Reforma Latino, ubicada en Reforma, tiene 49 pisos y 196 metros de altura. Es nuevo el edificio, y en los piso del 37 al 42 están ocupados por múltiples empresas, entre ellas para la que yo trabajo. Diariamente convivimos personas de diversas nacionalidades y lugares, son los vecinos del coworking. Pero lo que vivimos ese día no tiene precedente, incluso había muchos extranjeros que jamás habían experimentado algo así. Eran las 11 de la mañana del 19 de septiembre, las alarmas comenzaron a sonar, es un estruendo que te deja sordo. Para conmemorar los 32 años de la catástrofe que derribó media Ciudad de México, cada año se realiza un mega simulacro y a nosotros nos habían indicado no evacuar –yo me encuentro en el piso 41 del edificio, ya sabrán- y el área de repliegue está en el pasillo de los elevadores. Hicimos el simulacro que duró alrededor de 15 o 20 minutos y cada quien volvió a sus oficinas, pero nadie sabía que tan sólo dos horas más tarde, volveríamos a vernos en ese mismo lugar.

Yo recuerdo haber sentido que la mesa se movía mucho y que los cristales de la oficina comenzaron a tronar, nos levantamos mi compañera y yo, sabíamos qué hacer. La alarma sonó más de cinco segundos después de que comenzó el sismo, vi como algunas personas estuvieron a nada de caerse al caminar para llegar a la zona de “resguardo”. ¿Qué es lo primero que piensas estando a esa altura con un terremoto de semejante magnitud? Pues sí, que ya nos cargó a todos, nadie gritaba, algunos lloraban en silencio, nos veíamos a las caras para sabernos bien, el edificio se movió como si zangolotearas una caja de zapatos con canicas en su interior, incluso no dejó de moverse hasta pasados los dos minutos. Fueron para mí los dos minutos más largos de mi existencia, comenzamos a bajar los 41 pisos y debo confesar que esos momentos pasaron a mayor velocidad de la que mi corazón palpita. Muchos en la histeria querían apresurarse, pero en esa torre diariamente trabajamos decenas de personas, era un río de personas. A mi lado bajando escaleras iba una chica de Venezuela que caminaba descalza, con los zapatos en la mano y terriblemente asustada. “En mi país no tiembla, esto es horrible”, decía sin dejar de bajar escalones. A unas personas delante de mí, había una chica argentina que lloraba y lloraba. En esos momentos permanecíamos incomunicados totalmente.

Al llegar a la calle, Paseo de la Reforma –una de las calles más transitadas e importantes de la ciudad- el caudal de carros se convirtió en caudal de personas, los vehículos quedaron varados en medio de miles de almas que seguíamos sin asimilar lo sucedido. Comenzó a pasarse la voz con los que podían tener red en su celular que aquello había sido devastador, que se habían caído edificios y que no sabían si había muertos al momento. En uno de los lapsos de señal pude decirle a mi madre que estaba bien, de pronto me llegaban decenas de mensajes de whatsapp que solo podía leer. No entraban llamadas, no salían mensajes, todos en shock.

Después de esperar algunas horas en la calle, pudimos subir 41 pisos de nuevo por nuestras cosas y de ahí a emprender huida. Mi novio llegó corriendo desde su casa y regresamos a pie. El tráfico estaba imposible, la gente caminaba por todos lados, había una calma tensa, como triste. Pasamos por colonias como la Roma, la Condesa, había autos aplastados, edificios a los que se les habían caído pedazos de la fachada, vidrios en el suelo, la calle parecía que la habían taladrado, estaba cuarteada, vi como lo que antes habían sido hogares, ahora eran puros escombros, mis lágrimas salieron al pensar que probablemente ahí, debajo de todos esos bloques gigantes de cemento y ladrillos, había personas.

Nunca se está preparado para algo así, definitivamente un fenómeno de esa naturaleza es impredecible y puede tocar en cualquier momento. Miré como jóvenes en bicicleta traían casco, chalecos, pala, pico y cubetas y llegaban a los lugares siniestrados a dejarlo todo, la ciudad salió y se pusieron centros de acopio, la población se movilizó.

Esa noche, nadie durmió. Muchos se quedaron sin hogar, debido a que sus edificios se cayeron o estaban al borde del colapso. Han pasado ya 72 horas desde que aquello ocurrió y han pasado tantas cosas después del terremoto. Como que una televisora nos quiso ver la cara y nos mantuvo en suspenso y en carcoma mientras que sostenían una mentira, como que a veces a esos a quienes mucha gente abandona o maltrata ahora son quienes encuentran cuerpos debajo de los escombros, o como sin ninguna convocatoria oficial, los jóvenes acudimos a entrarle al quite y sin rajarnos.

No voy a mentir, vernos a todos ayudando en lo que fuera, me conmovió hasta las lágrimas. Unos con cascos y pala, otros hacíamos cadenas humanas para trasladar víveres, otros estábamos en el supermercado comprando cosas, muchas familias iban a los lugares de derrumbe con comida para las personas que veían como sus casas quedaban en polvo, para los rescatistas, las brigadas, sobraban manos para ayudar.

Las alertas surgían en las redes sociales, y todos acudían al llamado, aquí estamos esos “millennials” a los que no nos importaba nada, a quienes nos tachan de poco conscientes de lo que vivimos. Todos de alguna forma hicimos algo y seguimos haciendo para que pronto, todo vuelva a la normalidad.

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Al momento se tiene la cuenta de 286 muertes, 148 en CDMX, 73 en Morelos, 45 en Puebla, 13 en el Estado de México, 6 en Guerrero y 1 en Oaxaca. También hay muchos heridos, damnificados. Cayeron escuelas, se dañaron hospitales, nos hicieron una grieta en el corazón, pero seguimos de pie. La ayuda ha llegado de países como Japón, Alemania, El Salvador, Chile, España, Israel, Brasil, Uruguay y otros, y nos queda decir: ¡Gracias!

En mi interior el miedo no pasa, pero la vida sigue, hay que pararnos y ayudar a levantar el país que ya estaba dañado por el sismo anterior y los huracanes y tormentas. Sé en el fondo que la Tierra está enojada, que nos está reclamando y ahora nos queda ponerle atención y volvernos a conectar con ella. Solo espero, un día, todo lo que siento ahora, pase.

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Foto: Rubén Espinoza /Cuartoscuro.com
Periodismo, Violencia

Rubén Espinosa somos todos

“En la calle codo a codo somos mucho más que dos”… Mario Benedetti

Concentración de periodistas en el Ángel de la Independencia. Foto: Rubén Espinosa

Concentración de periodistas en el Ángel de la Independencia. Foto: Rubén Espinosa

Este fin de semana no fue soleado para el gremio de periodistas en México, una vez más la tinta y las imágenes que se usan para decir la verdad se tiñeron de sangre.

El tema del asesinato a un periodista más, ha puesto a temblar a México, y no es para menos pues además de Rubén Espinosa, fotorreportero de Proceso y Cuartoscuro, también fueron asesinadas cuatro mujeres, dos de ellas presuntamente fueron violadas y ya han sido identificadas como activistas.

Un crimen imperdonable, tanto por el asesinato a cuatro mujeres, como el del joven fotógrafo que ya con anterioridad había denunciado el acoso y hostigamiento del gobierno en Veracruz, entidad en la que laboraba como periodista hasta hace alrededor de dos meses, cuando decidió por seguridad ‘refugiarse’ en la Ciudad de México.

“Me da mucho coraje, tristeza y dolor también que una persona decida el rumbo de mi vida, haya decidido cuándo o en qué momento tengo que irme porque es mi seguridad”, declaró así Rubén cuando fue entrevistado al programa Periodistas de a Pie del canal de televisión por internet Rompeviento.tv, cuando se decidió por el autoexilio en la Ciudad de México al ser perseguido y vigilado por individuos que él mismo identificó como policías vestidos de civiles, desde el 2012 estuvo esquivando desde golpes, prohibición para entrar a actos oficiales en Veracruz, y otros anuncios de que el fotorreportero no era una persona grata para el gobernador Duarte.

Portada de la Revista Proceso. Foto/Rubén Espinosa

Portada de la Revista Proceso. Foto/Rubén Espinosa

¿Qué le dolió a Javier Duarte, gobernador de Veracruz?

Muchos apuntan que la foto utilizada en la portada de la revista Proceso con el título: Veracruz, estado sin ley, en la que Espinosa retrata a un Duarte ‘malencarado’, con una cachucha de la Policía, fue razón para que el gobernador veracruzano se enojara, y señalan que la revista en Veracruz fue comprada a granel. Esto y mucho más es la información que ha salido a la luz desde el pasado sábado cuando la hermana de Rubén identificó uno de los cuerpos encontrados en un departamento de la colonia Narvarte como el de su hermano.

Son muchas las preguntas, pocas las respuestas, las que hay son ilusorias, son pobres y hasta inciertas, me aventuro a creer que el periodismo ya no tiene salvación, que nadie te cuida, nadie te respalda solo el cobijo de tus familiares que te advierten que no seas el héroe, que no lleva a nada bueno.

Como periodista, porque me jacto de serlo, he experimentado el olor de la calle, como reportera de ciudad en el norte de Sinaloa aprendí a oler la nota, a encontrar por debajo de las piedras la información, nunca me conformé con el boletín de prensa ni con poner la grabadora ante la fuente oficial, sino que decidí muchas veces retarla, sin importarme de qué color era el entrevistado. Como reportera de policiaca, aprendí lo que era el riesgo, el estar en una zona de asesinato y saber que alguien del otro lado de la calle está alguien viendo e identificando quién va a los hechos policiacos vinculados con el narcotráfico en la zona de Sinaloa, y saber que al llegar al periódico no sirve de nada redactar una nota y firmarla como ‘Redacción’.

Sentirte perseguido cuando vas de camino a tu casa, que te detengan en retenes jóvenes encapuchados con armas AK-47 y en tono burlón te digan que ‘si traes el periódico de esa madrugada’. Sé y puedo describir de manera perfecta cómo es el olor de la pólvora sobre el asfalto, cómo dejar a un lado el dolor de los niños a los que asesinaron delante de ellos a sus padres, el dolor de una sociedad que luchaba por hacer su vida cotidiana entre el fuego cruzado, el llegar a tu trabajo y recibir llamadas de presuntos ejecutores de la violencia en la ciudad y te digan: “no me llames sicario, llámame gatillero, comando armado”, y dicten tu agenda cotidiana, tener que callar lo que los testigos de hechos te digan y sólo escribir lo que las fuentes oficiales como las corporaciones policiacas, y el sistema de justicia te dice para evitar problemas.

Todo eso no me importaba mucho como llegar por la madrugada a mi casa y ver a mi madre en vela esperando mi llegada, esto, todos los días, fue el principal motivo para decidir cambiar mi ciudad, dejar a mi familia, mi casa, mi carro, mi vida, mis amigos y mi trabajo por algo distinto, además de que la profesión de periodista nunca ha sido bien pagada en la provincia, no sirve de nada el arriesgarte, el ver como compañeros periodistas han visto efectivo el aviso de censura con la muerte no valía la pena.

Foto: Rubén EspinosaY fue hasta este fin de semana que dejé de ver al Distrito Federal como la ciudad en la que puedes refugiarte, el asesinato de Rubén Espinosa me deja pensando, me deja triste y con un gran dolor al ver que en México un periodista no tiene para donde correr, y por más que denuncies que están atentando por tu vida por decir la verdad, nadie te hará caso.

Ayer domingo, durante la concentración de colegas de distintos medios, algunos nacionales, otros internacionales, otros independientes, algunos líderes de opinión presentes, todos ahí reunidos teníamos el mismo rostro de desolación, de tristeza y frustración al saber lo ocurrido y la información corría a cuentagotas, apenas ahí nos enteramos de dos de los nombres de las cuatro mujeres asesinadas y amordazadas. Mientras platicaba con un colega y amigo periodista del periódico más importante a nivel nacional nos enteramos también que una de las vías de investigación del Gobierno Capitalino era la de un robo, ¿en dónde dejaron pues las denuncias de acoso al periodista?, ¿debió ser alguien conocido el enlace para el multihomicidio?, ¿desde cuándo dejó la Ciudad de México ser el refugio de periodistas, activistas y personas perseguidas no sólo a nivel nacional sino internacional?

Son muchas las cuestiones, mucho el dolor que percibo entre mis contactos del medio periodístico y pocas las razones para seguir dejando que nos callen, aún cuando en este momento no estoy de manera oficial ejerciendo mi vocación que es el periodismo, no voy a quedarme con los brazos cruzados ante las agresiones y asesinatos a periodistas porque Rubén Espinosa, somos todos, todos aquellos que vemos la labor como una obligación, que vemos en el callar como una aberración y que si es posible hay que morir en la raya como lo hizo Rubén Espinosa, por ello firmo estas fotografías con su nombre.

Foto: Rubén Espinoza /Cuartoscuro.com

Foto: Rubén Espinoza /Cuartoscuro.com

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